miradascelestes

jueves, agosto 24, 2006

El sombrero


Mientras B subía las escaleras las manos le temblaban de solo recordar el interrumpido suceso que le tenía en ese estado de conmoción. Sumergido entre sensaciones abarrotadas en línea recta, se preguntaba constantemente si realmente valía la pena emprender la busqueda de su “objeto excusa”.

Era una silenciosa tarde de aroma a eucalipto donde la suave brisa del afán quedaba colgada en el perchero de la entrada de su pensar. Repasaba constantemente sus pensamientos mientras con sus manos acariciaba en forma circular y sin conciencia su sombrero Miller de paja color gris.


- Puedo? – le dijo haciendo un ademán hacia su sombrero


B levanto su mirada hacia la voz que le llamaba al momento presente. Le tomó por sorpresa aquella intervención, no supo que decir y por un reflejo automático, una sonrisa se posó en su rostro mientras su mano extendía el sombrero hacia las manos de ella. Lo tomo suavemente entre sus dedos y con la mirada perdida en el horizonte lo puso en su cabeza. Se quedó tan estática como una fotografía que se encuentra en medio de los recuerdos de un sótano abandonado. B la miraba o mejor la contemplaba mientras ella salía de su historia.

- En mi padre, -empezó diciendo rompiendo el silencio- éste sombrero le hacia volar por entre una realidad en la que me permitía sonreírle mientras le abrazaba para sentirme segura…
B notó el esfuerzo de ella por devolvérselo; era como si por un instante hubiera estado sujeta a un arnés extremadamente seguro sobre una roca en medio del abismo.


- Quédatelo – dijo B con gran paradoja pues este objeto era la excusa de sus meditaciones.

Ella, mirándole percibió su grito de desesperación por la pérdida que estaba a punto de tener, pero también ella escuchó su propio grito más fuerte que le reclamaba. En calma, el sombrero volvió a sus manos.


B quería retractarse, quitárselo bruscamente y huir de ella; sin embargo sus pies estaban clavados en asfalto. Estaba inmóvil.

Lentamente B lloraba los pasos que ella daba para alejarse. Lentamente ella lloraba los pasos que daba para alejarse de él.

viernes, agosto 18, 2006


La luz que entraba por los cristales bailaba de un lado al otro. Su trayectoria iluminaba una parte de la habitación y mientras tanto ella, tendida en su cama trataba de aferrarse a su propio cuerpo sintiendo el aire que le envolvía. Se dio cuenta de su apariencia y tembló porque jamás se había dado cuenta del mundo aparente en el que vivía.

Normalmente aparentaba un trabajo, una aparente familia, un aparente pensar y un aparente sentir. Tanta apariencia estaba haciéndole olvidar de su propia imagen. Día tras día su apariencia cambiaba de acuerdo al aparente día que transcurría sobre su cabeza mostrando su aparente sonrisa que le permitía continuar sosteniendo sus aparentes amistades. Su triste y resquebrajada vida era una apariencia que ella misma había querido formar introduciéndose en el inmenso sin sentido de las cosas no aparentes. –Digo sin sentido de las cosas no aparentes porque las cosas aparentes tenían sentido para ella- El peso de las horas en el mundo de las cosas no aparentes le hacían sentirse vulnerable y expuesta por eso prefería la levedad del tiempo del mundo de la apariencia.

Huía?, cómo saberlo si ella misma no asistía a su propio encuentro y prefería mirar desde la periferia el fantástico y crudo espectáculo que le proporcionaban los seres “no aparentes”, esos que un día le enseñaron y le hicieron sentir que la apariencia era el camino aparente para sobrevivir.


(Pintura de Francisco de Goya)

viernes, agosto 11, 2006

"En la noche brilla tu luz
De donde, no lo sé
Tan cerca parece y tan lejos.
Cómo te llamas, no lo sé
Lo que quiera que seas:
¡Luce, pequeña estrella!"

Desde la ventana contempla con los puños cerrados la otra orilla. Por sus pensamientos vuelven las palabras que se disputan la cabida en la melancolía; ellas, con ganas de hacer brotar una lágrima que ya debió borrarse en el día en que se sostuvo de su propio hilo. Se sumerge entre el asfalto asfixiante, entre los autos que lo miran de reojo y debajo de las rocas que protegen perfectamente su propia construcción. Su encuentro es con el mismo afán desenfrenado de la carrera contra un tiempo inexistente y persistente.
Antes, cuando su brillo era otorgado por el ansia de quien lo miraba en la distancia, eran sus pasos llenos de minutos y escucha; danza especial que le hacia revolotear por entre la copa de los árboles que le vieron nacer.
Ahora, que ya no encuentra su propio nombre, ni tan siquiera su propio sonido, deja de escucharse y se pierde por entre los números imaginarios que le dicen en donde está, a qué hora está y cómo está. Se pierde entre las sospechas inexorables que le acusan en silencio su atrevimiento, su desfachatez de haber creído y soñado que podía ser diferente al mundo que ahora lo recibe con la más mísera ironía.

Desde su propia ventana contempla aquellos pasos que un día le llevaron lejos y aquellos que le vuelven a traer con un cargamento pesado de recuerdos. Recuerdos que ya no tiene cabida en su diminuto mundo personal porque cada vez que intenta traerlos a su almohada están tan estrechos que se resbalan quebrándose en partículas de cristal frágil.

De sí mismo se liberan los gritos ahogados que por años se guardó. Pero ahora nadie le escucha, el lugar donde esta no tiene frecuencia para escuchar la voz humana ni el zumbido del corazón… zumbido? - sí – ahora su corazón no late sino zumba. Se aturde.

Camina por las calles atestadas del mal sabor de una noche larga. Alguien se acerca y siente que el zumbido es más fuerte, no sabe que puede decirle, que puede preguntarle. Tiene miedo que con solo un gesto su castillo de cristal se resquebraje rompiendo el hechizo del mundo que ahora lo tiene alejado del propio sentir.

Su ceño se frunce y hace como si escuchará atento su encuentro. Ella traspasa sin compasión aquella agrietada fachada y en un instante y con solo una sonrisa, el mundo alrededor de él cae ante sus pies.

De nuevo está junto a la ventana ideando la manera de proteger su propia integridad. Vuelve a comenzar.

martes, agosto 08, 2006

La nueva compañía


Nace en día caluroso y sin embargo es invierno para la ciudad. Su primera manifestación es nauseabunda y dolorosa; duelen las piernas, la cabeza y los oídos zumban. Hace su aparición en una gota de sangre roja como los labios que la nombran; su textura es viscosa.
Después de la espera llega inesperadamente y quien la recibe lo hace con gran temor pero con la sensación de quererla cuidar, acariciar y conservar pues, su llegada la hace vivir nuevamente. Comienza su cuidado, la alimenta muy bien, le da en las mañanas jugo de naranja sin azúcar, poco pan y poco dulce, la baña a diario para evitar que se sofoque, le habla entre dientes para calmar su mareo y le acaricia la cabeza para que no la abandone.
Hoy la luce por toda la ciudad con una cintilla en el cuello, se la presenta a las vecinas y les dice que ha sido toda una revelación haberla encontrado. Les cuenta de sus gracias y desgracias y les habla en secreto de sus intimidades.
Todas las noches se duerme recordando los ratos alegres y entusiastas que ha tenido con ella y se enfurece cuando ésta se ha portado un poco inquieta, la reprende nuevamente.
Jamás Lupe pensó que una aparición tan inesperada le diera sentido a su vida, ni sus 3 hijos, ni su nieto, ni su esclava rutina le habían dado que hacer. Ahora no quiere perder el diagnostico de una enfermedad silenciosa que la embriaga de pies a cabeza. Siente que nuevamente puede sonreír en el espejo al ver que ha adelgazado por la dieta tan rígida que tiene que hacer para cuidarse y ha prometido ante su soledad jamás abandonar tan grata compañía: su diabetes.