miradascelestes

miércoles, noviembre 29, 2006

El jugador

- B-10…I-25…O65… - Revisaba cuidadosa pero confiadamente sus cartones de juego mientras un cigarrillo se consumía entre los dedos. La ceniza caía desordenada en el viejo cenicero de madera roído por la humedad.
- N-36… - N-36!! gritó sin la menor vergüenza de su voz, esperaba aquella combinación ansiosamente para no sentirse derrotado. Se acomodó en su silla y empezó a repetir copiosamente combinaciones de números y letras en su cabeza traduciéndolas en pequeños susurros cuando la chica anunciaba la próxima jugada. Enciende otro cigarrillo y con espíritu de triunfo toma un sorbo de cerveza.
Un poco más arriba de su mirada, al otro lado se encuentra alguien que le observa por entre las rejas que divide la calle del lugar donde se encuentra. El observador posa su fija mirada en el juego del jugador haciendo que éste se sienta amenazado y amedrentado.
El jugador con su cuerpo intenta cubrir su juego, pero el observador es más astuto y estratégico logrando con pequeños movimientos el ángulo perfecto para intimidar.
El jugador deja de escuchar la vocecita dictando la combinación de números y ahora en su cabeza se establece un constante diálogo con él mismo para ingeniarse la manera de desviar los ojos del observador.
Su cigarrillo se ha apagado por completo y la sola idea de que tiene que levantarse a conseguir un cerillo para encender el próximo, le estremece. Se pasa desesperadamente las manos por su cabeza, desordenando su corto pelo engrasado; ya no sabe en que tiempo está del juego y su cigarrillo se ha apagado por culpa de un intruso observador. Quiere gritarle y hacerle ver hasta donde ha llegado su osadía pero ni siquiera puede mirarle a los ojos.
Una camarera se acerca para cambiar su cerveza y nota el sudor pálido del jugador y su incomoda postura.
- Esta bien Ud. – Le pregunta sin preocupación. El la mira rápidamente y después de un instante de cavilación y entrecortando las palabras le dice:
- Aquel que está en la ventana no me deja jugar - mientras decía estas palabras un sonido extraño sale de su boca; sus dientes crujen.
La camarera, mirándolo con cierta compasión y con un tono casi desprevenido, como si las palabras que estaba a punto de pronunciar fueran un viejo guión aprendido de memoria le dice: - Allí, en esa ventana no hay nadie más que su propio reflejo, le recuerdo que estamos en el piso décimo. –
- … G-57… -

viernes, noviembre 24, 2006

En una tarde lluviosa con rayos de sol que se cuelan por entre las nubes E toma su maleta esperando un viaje que no le traiga un retorno. Camina por entre las calles estrechas y estalladas de miradas, todas con una sola mitad que se entrelazan buscando, olfateando la otra parte. E también busca su otra parte; en las escaleras del metro, debajo de las rocas por donde pasa el río que divide la ciudad, en los semáforos titilando la luz amarilla, en el cartel a medio poner en una pared olvidada y en la esquina donde todos los días se detiene para escoger su ruta.
Un día mientras sostenía su conversación matutina con su otra parte imaginaria, se dio cuenta de que tenía un reflejo en su lado vacío; era un reflejo apenas perceptible y sutil que empezaba a formar parte de él. Su medio corazón palpitó apresuradamente y cuando buscaba la razón de su sentir unos labios tibios y húmedos le daban el aire que le permitía construir su mitad faltante. Ya empezaba a completarse dejando de ser una mitad andante.

martes, noviembre 14, 2006

Volver a comenzar


Fluir… fluir y sentir que flota por entre las verdes hojas que no se desprenden aun de los árboles. Tiene ella un amor de ultramar que le hace sonreír desde la orilla dándole el oxigeno que le permite revolotear. La luna le acompaña por el interminable camino en zig-zag y es su espejo reflejando lo que es. Duele aprender a sentir la arena entre los dedos.
… Se hunde con los ojos abiertos y el silencio se mete por sus oídos y las palabras por su boca se posan delicadamente. Burbujas!
Un viaje a otro ser le deja exhausta; caen sus cabellos en espiral bailando una canción.
…Su brillo penetra el sabor de la primera vez… respira mientras pierde. Batalla incansable que no deja ver sus consecuencias. Tartamudea perdón.
… y continua bailando.

jueves, noviembre 09, 2006

En una noche de insomnio me dejo caer

Quiero salir corriendo para ganarle la carrera a la fragilidad y al peso de las palabras que se posan sobre mis hombros… veo la cara falsa de las miradas que se clavan en mi cuerpo y sin embargo sueño… sueño como si tuviera los ojos pegados, como si todavía hubiera una esperanza. Por los rincones se escapan con estallidos los deseos convertidos en papel o tal vez en sombra. Me pudro al saber que armo y desarmo algo que no tiene sentido; y sin embargo soy abogada de una causa.

Confundida paseo entre los actos detrás de un sol que no quiere alumbrar para mí… o mejor de un sol del cual escondo mis alas para que no las queme. Me oculto de la novedad de los pasos y no encuentro mi contrincante para emprender la lucha y dejarme caer lentamente en medio de ella. Hasta la vulnerabilidad me ha sido negada; de pie sin el sentido de orientación, perdida entre las hojas que caen sin cesar de los árboles que se erigen cuyas raíces acarician mis pies.

Y a donde voy con lo que recojo? en medio de todo quiero una lagrima que me bañe para siempre esta melancolía; no hay nada ni nadie más aquí… sólo una risa que se escapa en el silencio de la habitación que ahora es habitada.

Puedo morir con el vacío que se quedó a vivir conmigo y aun así contemplo mi propio consuelo de esa felicidad que se empeña en mostrarme envidiosamente su actuar lejos de mi y sin embargo, si no tuviera encarcelada la contraparte de esta ella no existiría , ni esta ni aquella.

Necesito el silencio y no lo encuentro en medio de tantos silencios bulliciosos…

No construyas en medio de un huracán de viento y arena, donde los castillos se forjan indebidamente.
Ni construyas una armonía que se base en el supuesto de una espera que quiere terminar su estadía.
Construir la sensación de un devenir junto a una imagen suspendida en un tiempo y un espacio inexistente aun; construir una ilusión que te taladra los dedos.
No construyamos algo de lo que aun no estamos seguros de edificar pues no tallamos la piedra, sino, construimos y construir es permanecer.
Quédate y contempla la construcción de tu entorno y sonríe a la oportunidad de un querer que aun no nace.
Aprender a construir.

miércoles, noviembre 08, 2006

Se sentía sombra en medio de la oscuridad que no le iluminaba, pero no porque no hubiera luz, sino porque no se daba cuenta que ella existía, que tan solo bastaba con que abriera sus ojos para acariciarla. Amarrado a un instante creado en su imaginación, delicadamente puesto en el lugar sagrado, el instante se materializó en carne y fuego que le devoraba de deseo. Juntaba en sus manos la mirada de los incrédulos que le hurgaban las entrañas con sus habladurías y sin embargo lloraba desde adentro la frase añorada.
El latido de un corazón ajeno le hizo caer en remolinos por entre las nubes y en la caída libre, sus lágrimas brotan de un reproche, doblando la angustiosa esperanza que se escapa por entre los dedos; guardando las palabras que le acompañan en sus puños cerrados con dolorosa agonía.
Una vía de doble camino se postró delante de ella y en medio de su destierro argumentaba la falta de ironía que no terminaba de quebrarle la piel. Un pedacito de mundo le hizo saborear la dulzura de una libertad que le refresca la pesada costumbre. Ella también cae vertiginosamente.
La vida se encarga de un encuentro poco común entre los que anhelan la quietud y ahora ese destino juega su ruleta rusa con una bala en la pistola, apostando una sonrisa que le determine un continuar. Destino, él, ella y la inconsecuente seducción de la aventura, arrastran el sentir a un rincón donde se marchita despiadadamente, olvidando la cordura del instante.

jueves, noviembre 02, 2006

Volver

I

Su mentira se reflejaba en el rostro de ella. Su aliento se tornaba escaso al sentir que estaba siendo descubierta, que se ponía en evidencia; desde que tiene uso de razón, día tras día se envenenaba con su propia miel. Sin cómplice.

La calle esta sola y por ella recorren pensamientos amarrados al viento en busca de una vida, de una memoria. La penumbra de sus casas y la luz que reclama su lugar se sumergen en el claroscuro de un susurro de dos cuerpos entrelazados en la esquina. Durante el recorrido cotidiano de sus días, Elisa se regocija en su propia construcción. Armonía que se desprende de una guitarra sin afinar. Una tonalidad abre un espacio en negro que le permite escapar; se introduce por un angosto y delicado túnel. Sus paredes de una textura pegajosa pero agradable, le roza los pies. Siente asco; extrañamente un olor se mete por entre sus poros y la hacen vomitar; sus entrañas se aprietan en búsqueda de una salida. Respira.

En la nueva situación, su cuerpo busca la adaptación imprecisa e impuesta; no puede dar marcha atrás. Continúa despacio siguiendo una ruta queriendo saber el valor de sus propios deseos – que en ese momento eran confusos y borrosos- De pronto un giro inesperado la sacude bruscamente y un golpe la deja sin sentido. Cae vertiginosamente y su cuerpo adopta la volatilidad de un perfume; se dispersan sus brazos y sus piernas. Su cabeza no esta y mientras tanto aquellos deseos que le daban la solidez aparente de su estructura revolotean gritando compasión.

II

La ciudad está fría, caen pequeñas gotas de rocío que se cristalizan en las ventanas formando una delicada capa de hielo. La gente apresura su paso para que el hielo no les congele los huesos.

- No te vayas. Es tarde; sabes que no puedes escapar.-
Su mano se congela junto a la puerta y sus pies ya no pueden andar más. Un aliento se le escapa por la boca a modo de suspiro. Tiene el cabello largo y en hondos rizos; sobre su rostro se posan grandes ojeras de noches interminables de insomnio; viste una falda escocesa y medias de lana.

- Cuál es la hora para ir?; cuál es el momento en el que debo ir?.... basta! Por qué simplemente no resbalo y me rompo la cabeza o… -
Sus lágrimas caen como por encanto de un llamado. Se guarda sus heladas manos en los bolsillos. El ambiente huele a perfume barato y sus ojos por primera vez se encontraron.

Imposible emprender la huida, aun no se daba cuenta de que los días habían terminado y que ahora llegaban nuevos. Basta con mirar nuestras manos para darnos cuenta que todo cambia… Ella se sienta casi como guiada por su instinto en el sofá. Sus ojos no pueden dejar de mirarlo. En ellos ve fugazmente el porque de aquel encuentro.

Era un lugar adornado de glamorosas flores que daban su color y aroma en todas direcciones, en él, Elisa trataba de recomponer su vida, de encontrarle el sentido. Su rutina es sencilla: vive apenas a algunas casas de aquel lugar, le gusta caminar. Sus viajes rutinarios son clasificados de acuerdo a la imagen invocada. Pocas veces algo le saca de sus pensamientos; goza de su quietud. Se divierte en su felicidad creada, en su encantador mundo encantado. Las personas que la rodeaban son apenas conocidas de una noche o de un instante de miradas; constantemente busca en ellos una manera de amarrar sus sueltos hilos, pero apenas siente que puede sostenerse, ocurre la caída. Poner la esperanza en hilos ajenos es lo que espera, mas no espera que la esperanza fuese puesta en ella misma… Se decía que la esperanza jamás le seria adjudicada porque nunca la ha mirado a los ojos, la esquivaba para no tener el contacto inherente a la melancolía.

Sola?, tal vez no, suficientemente acompañada por sus amores clandestinos y fugaces, tanto, que ni ella misma se daba cuenta de lo ocurrido, se elevaba por encima de su mismo placer. En la radio escucha constantemente el lamento de días de desdichas.

¿Qué harás? ¿Olvidar el tiempo? No podrías… Pensó en quedarse detenida allí para siempre. Inmóvil como una delicada estatua de sal. Y desde allí, oír los murmullos del cataclismo donde los otros se sumergían, a lo lejos, profundo el viento que traía las voces de hombres y mujeres desconocidos.

Desvanecerse, fue lo único que pensó. Desaparecer como lo hacía su nombre dibujado en la niebla, rompiéndose en pequeñas partículas de agua, una y otra vez, para estrellarse contra el asfalto frío. Se encontraba esperando la inútil pregunta que llevaría a la respuesta que se conocía de antemano. Ese “me amas” tan común y ese “no sé” tan común pero con diversos matices de confusión y desencanto. Entre paredes y barcos de papel imaginó aquello que empezaba por la letra “a” y luego volvió a mirarlo. El se alejaba, era una sombra, un punto más de luz en la ciudad. No, jamás se detendría.

La puerta crujió como la primera vez que entraron, asfixiados de ilusiones y de sueños color pastel. Entonces dijeron aquello que todos dicen, pero suponiendo que sería algo especial. Tal vez lo fue, pensaba ahora ella. Tal vez me enseño a pensar que había algo más y que no puedo detenerme. Ahora me dice lo contrario pero sabe que no es así.

Tomó el maletín grande y una bolsa de papel dónde apenas llevaba unas cuántas bisuterías con esos recuerdos que no son importantes pero que no se pueden dejar así como así y salió en medio de la noche. Él tomaría el control y miraría el canal de siempre hasta cansarse y luego pensaría en su ausencia y miraría la camisa vieja de él que ella se colocaba para pintar, pero para entonces, Elisa estaría lejos. Al menos, muy lejos de él.

-¿Recuerdas que te gustaban las bolas de cristal con navidades enjauladas? A la mayoría de los niños les gustan. Solo que sabes que no existen. En realidad no todo está encerrado en una de ellas.-

Cerraste los ojos y dijiste que ya no eras feliz. Caminaste, el piso estaba resbaloso, la calle era oscura y tuviste miedo porque ya no estaba el supuesto héroe que imaginabas, te defendería. Solo era el vértigo, los objetos se volvían sombras. No eras nadie…

El bus hizo una parada. Un pie pequeño se deslizo hasta el andén. Solo llevaba una maleta en los hombros. El paquete de bisuterías lo había dejado olvidado en algún lugar. Ella entró al pequeño hotel y supo, en ese momento, que comenzaría el pequeño infierno. Percibió el olor frío de las paredes, el color de los girasoles, la cara blanca de la mujer que la recibía, y sintió el olor de cosas guardadas, tinto y hombres calcinados por la vejez.

Telarañas, cuerdas apretándola. El miedo, el miedo con sus uñas, carcomiéndole la piel. Tenía ganas de soltar un grito. Esperando las palabras, esperando una llamada que no llegaría. Mejor no esperar, volvió a pensar. Llorar por dentro y aguantar, esa era la vida…