4 horas
Anoche dormí con un mosquito que revoloteaba sin cesar sobre mi cabeza. El cuerpo que intentaba abrazarme en otra cama me fastidiaba; su zumbido era peor que el del mosquito.
Todo empieza con el enredo de dos lenguas que se hablan desde años atrás; intento abstraerme del aliento alcoholizado y de la imagen deprimente que está enfrente de mí. Una mano huesuda cuyas venas sobresalen, se posa sobre mi muslo adolorido mientras pienso si la luz me da calor.
Pellizco las sabanas esperando un estallido de fuerza que provenga de mi verdugo; a cambio recibo una sucia, maltrecha y delicada caricia que por poco me hace vomitar.
Pellizco las sabanas esperando un estallido de fuerza que provenga de mi verdugo; a cambio recibo una sucia, maltrecha y delicada caricia que por poco me hace vomitar.
En el espejo un gesto de descontento por el acto de autodestrucción cometido me asalta; perdida de tiempo y de sudor. Sus piernas me abrazan mientras busco la manera de huir de su dormir.
Suena el reloj que marca la hora acordada para la partida en medio del amanecer; pienso en todos los movimientos que no dejaban de surgir durante mi desvelada noche y me alegro de este momento. Se levanta con una sonrisa torpe e intenta despedirse en medio del vacío.
Parte.
De nuevo en mi habitación hago la cama como buscando borrar el instante en el que me dejé envolver y finalmente, en medio del silencio y con especial ansiedad puedo dormir 4 horas placenteramente.