miradascelestes

martes, enero 29, 2008

Leonardo

Una carta imaginaria es enviada en medio del tedioso cemento con olor a polvo gris. La rápida visita al aeropuerto trae de vuelta a aquel requerido entre líneas.
Ahora, se pasea por entre cada pensamiento mientras una compañía verdadera toca su alma. La sonrisa absurda de su presencia inexistente toca mi alma y quiero que se quede haciéndome compañía…
Bienvenido…
aquí siempre hay un espacio para ti y tu inexistente existencia.

martes, enero 08, 2008


Felipe golpea la puerta con timidez anunciando su llegada. Su silueta se dibuja en la ventana y sus ojos se esconden tras gigantes lentes que huelen a metal viejo y su aliento inunda el ambiente. Viene a defenderse de un ataque certero en donde su propia piel será pellizcada por los buitres y necesita pedir la clemencia de sus actos.
En el departamento el aire es pesado haciendo difícil el respirar mientras la voz gangosa me aturde con olor a cigarrillo y las nauseas se hacen insoportables.
Felipe vomita todo su argumento de inocencia. Su mano aferra un libro de leyes cuyas páginas están desordenadas de tanto mirar, lo agita al ritmo de cada sentencia argumentativa como si quisiera que su interlocutor cayera postrado pidiendo una disculpa. Un olor se hace característico cuando su piel es agua. En la radio una propaganda anuncia un medicamento contra la osteoporosis prometiendo eliminar el dolor y Felipe quiere retener el nombre de aquel medicamento pues le atormentan los quejidos de su madre.
El lugar donde nació Felipe es un frío y húmedo pueblo a las afueras de la gran capital, por lo que sus habitantes gastan todo su tiempo mirando a la ciudad pidiendo una oportunidad… de qué? ni ellos mismos lo saben pues quieren vivir en un futuro que no llega, olvidando construir en el presente y ahí es donde se encuentra Felipe, justo tratando de desenredar aquellos actos que quedaron el pasado y que vinieron de un presente en el que él mismo estaba ausente por estar anhelando el futuro.
Una canción de Elvis Presley suaviza la tensión haciendo que cada uno de los allí presentes escarbe en su corazón el recuerdo. Felipe ha terminado, cierra su libro de leyes y lo pone dentro de su viejo maletín de cuero y suspira dejando escapar su aliento de saliva seca que anuncia largas horas sin comer.
Tras de él se va su propia historia y yo sólo intento retenerlo en mi memoria.