miradascelestes

viernes, enero 26, 2007

Las hojas secas marchan al ritmo de viento que las arrastra por la polvorienta callejuela mientras ella atraviesa la ciudad.

Un saludo casi espontáneo la sorprende en medio de la espera y el olor de quien la asalta se infiltra por entre sus deseos; le mira detenidamente mientras él habla de su hazaña; se detiene en su boca que se abre para hablarle, en sus dedos que sin querer acarician las hojas del libro que manipula y ella se estremece. Por instantes piensa que la piel es frágil y que una mínima distancia la separa de rasgarla.

Entretenida entre las luces que resbalan por el pavimento húmedo siente el hierro con el cual está forjada y que ha sido escudo fiel de encuentros inesperados; valiente y orgullosa se pavonea exponiendo su armadura. Detenida se resbala en la cascada de la lentitud; lenta la subida, lenta la palabra, lenta la angustia, lenta la sonrisa, lento lo impredecible.

Respira poco, la atmósfera se entrecorta por la falta de calor, ahorra su aliento para el momento justo; mientras tanto le prestan el aliento con el que puede moverse extemporáneamente sin importarle. Guarda, reserva su propio ardor para el momento en que las hojas dejen de correr por el viento y ser ella viento para ellas.

El estado infantil con el que cada mañana se despierta le hace dar su mejor paso hasta que un reflejo casual le haga mirar como un adulto; después el atardecer le mostrará su estado de oposición y allí, en la noche, toma entre sus manos un corazón pálido y como una esponja rebosada de jugo bebe su néctar despedazándolo delicadamente con los dientes. Se alimenta.

Lentamente es arrastrado el tiempo en el que ella fluye, rueda su cabeza por entre la ciudad, entre las montañas y entre las estrellas que le arrullan. Su alma es perfecto lienzo que esta apunto de ser pintado, quiere pinceladas como teclas de piano que se deslizan entre los dedos, quiere colores como el atardecer que anuncia su partida en luna llena…. y yo sigo mirándola.

viernes, enero 12, 2007

El tiempo anidó

El calor se pega a la piel mientras sus ropas se humedecen dejando al desnudo su ansiedad. Su cráneo esta despojado de algunos cabellos que disimulan el paso del tiempo mientras resbala una gota de sudor. Contempla la puerta de salida del lugar donde trabaja como una esfinge que ha estado por años sembrada, fiel vigilante. Todos los días durante casi 30 años sus pasos se dirigen a este lugar y el paisaje es lo que cambia a su alrededor. Dentro de su memoria el tiempo anida y el repertorio de movimientos, palabras, miradas y suspiros están listos para continuar con el espectáculo. Su vida se desmenuza con el olor a oxido que se disimula.
En su cotidianidad jamás podría imaginarse que un ser como Tomás podría hacerle espantar de miedo. Éste le miraba fascinado de saber que, en este caso, él era el que había crecido.

– Tiene muchos años trabajando en este lugar, no es así? - le ataca Tomás.
Suavemente asiste con la cabeza, mostrando su fragilidad oculta.
- Mire Ud.- continua Tomás con un aire de felicidad como si hubiera hecho un gran descubrimiento arqueológico - yo tengo 29 años y Ud. forma parte de mis recuerdos infantiles…-

Aquel desconocido se atrevía odiosa y despiadadamente a sabotear sus actos silenciosos; no comprendía cómo Tomás le expresaba su alegría hiriente.
Intentó fallidamente quedarse en silencio, sumergido en su furia, buscando dibujar la sonrisa que utilizaba en caso de atentado contra su propio ser, pero en un acto de traición no pudo hacerlo. Se abrió un gran abismo entre él y Tomás.
Hoy está sentado frente al mostrador que lo vio crecer, dejando caer sus carnes mientras de sus ojos brota la mirada pesada, encorvada, delgada y olvidada de su propia imagen.