miradascelestes

sábado, septiembre 30, 2006


Un encuentro inesperado desde diferentes partes del mundo alegra la tarde húmeda que horas atrás me roció con su lluvia. La ciudad estática después de una agitada noche me invita a saborear sus calles, a pisotear las sonrisas de lujuria que se posan sobre mí; la brisa trasnochada calienta las ansias de quienes aun no han despertado. Pienso en las miles de personas que están sentadas frente a un televisor (tetero virtual) tratando de olvidar las manos que la noche anterior les tocaron; pienso en aquellos seres que se conforman con una botella de cerveza en su cabeza para deshacerse de un recuerdo.

Unas calles atrás me sentí vigilada, alguien seguía mis pasos. Me mantuve dando vueltas y mientras tanto observaba por los espejos ocasionales para ver quien era. Entro a un lugar sin querer, buscando algo sin querer sólo para saber quien era. Una vez adentro, sin darme cuenta me encuentro atrapada entre ropa, zapatos, libros y piezas de porcelana olvidando mi propósito; una mano fría me lo vuelve a recordar. Salgo.

- Quién eres, que tan osadamente me persigues?
- De donde te nace la aventura de seguirme en silencio mientras vuelo entre imágenes?

Sólo silencio encontraba como respuesta a mis indagaciones.

Ahora me detengo a jugar imaginariamente a un juego sin inventar, en donde la agonía de un instante es anhelada y me doy cuenta de que estoy sola….

miércoles, septiembre 27, 2006

Desde una delicada habitación un hombre se lamenta la
partida sin retorno de quien jugaba y reía con él en aquellos tiempos en los que apenas la consciencia abarcaba algunos pasos. Su rostro doblado por los días dibuja una sonrisa fingida que ya está aprendida. Lágrimas caen invisibles ante un trozo de papel que es visto con ojos quejumbrosos. Sus palabras están suspendidas en el aire y en los oídos de quienes lo escuchan; agonía que se despliega desde que contempla el amanecer asomarse por su ventana.
Un beso tibio y pequeño moja su mejilla, moviendo suavemente sus lentes grandes y oscuros; de nuevo la sonrisa aparece, sin hacer caso de su reacción. Una gran carcajada ahoga el silencio y una mirada detrás del vidrio piensa en el café de la mañana. Sobre la mesa, su contacto con el mundo que ya está cansado de ver y de saborear; entre sus dedos se resbalan miles de oportunidades que hoy no añora porque la insoportable angustia que le duele, le recuerda que ya se acerca su hora.
Su corazón se alegra al sentir una sonrisa fresca que le hace vibrar al unísono con la vieja canción que escucha en la radio; contrasta con su recuerdo. El traje que le viste esta roído por las manos que lo lavan y por las de él que lo acarician cuando las miradas le acusan. Un reloj cuadrado de sólo cuatro puntos le da la hora de partida de aquellos que le trajeron un pedacito de mundo atado a sus espaldas, de aquellos que no pueden saborear su propio corazón por el miedo a la vejez; de aquellos que se llevan en sus entrañas el olor húmedo de los días que pasan.



Dibujo de Alberto Peña Rey

viernes, septiembre 22, 2006

Pintura de Amelia Díez Cuesta
Detrás de la mirada que se agita y se estropea por el cansancio de una vida la cual no eligió, F intenta sostener su cabeza sobre los hombros. Un día ama entregando su naturaleza pura y sin embargo, aun sintiéndose embriagado por la sensación de un cuerpo extraño, un acto le hará sentir repulsión de sí. La seducción de unas manos libres que piden dinero a cambio de amor, le envuelven sumergiéndole en un mar de palabras y caricias. Otro día las horas y el eterno retorno le devuelve la jugada con el peso de la pasión sentida. Su pureza es carcomida por el inevitable recuerdo de una enfermedad que le atraviesa el alma. Sólo un ser se queda mirándole por siempre. Su presencia le recordará que un día, sin pensar, se dejó arrastrar por el rio del jamás, de cuyas aguas brota el amargo deseo del sin sentido.

Su presente es inconstante y le quiebra la espalda; en vano intenta aferrarse de una sonrisa, pero su piel roída, no le deja sentir. Constantemente se le ve gritar y sin embargo su grito no tiene voz; su cuerpo torpe se tropieza con cada paso y su aliento evidencia su propia decadencia.

…y aun así quiere vivir…

miércoles, septiembre 13, 2006

Un día en el tiempo


Un cuerpo yace tirado con los brazos abiertos en medio de la ciudad que le pasa por su costado. Su mirada está clavada en el infinito azul que está encima de su cabeza. Grita palabras apenas soñantes que se le escapan. Su pecho se agita con cada respiración y su piel está quemada. Sus manos están aturdidas buscando una señal.
Más adelante una joven pareja, pegada a la pared se abraza. Él mete su mano por detrás de la blusa de ella mientras sus lenguas se aprietan infielmente. El deseo alumbra la calle y desde lejos se ve el temblar de sus cuerpos gritando ser devorados. Mi caminar se dirige a ellos y quiero un roce que me haga sentir su piel. El cabello de ella danza con el viento húmedo anunciando la tormenta y pequeñas gotas le adornan; él en cambio, se esconde entre su cuello, entre sus hombros. Ella se aprieta más. Continúo caminando alrededor de ellos como espía permanente. Sus labios se abren tímidamente buscando un gemido y su mirada parece mirarme pero sus pupilas están ligadas a su propio deseo. Las manos de él siguen su camino obstaculizado por la incomodidad de sus ropas; bordea su espalda con la yema de los dedos, bordea la curva de sus glúteos firmes y delicados. Una sonrisa se me escapa mientras el paisaje empieza a temblar.
En la escalera se encuentra una mujer con su diminuto hijo vestido de colores. Ella con un cajón lleno de dulces que ofrece a todos los cuerpos con ojos que le miran y suspiran. Su hijo juega con piedritas que se convierten en soldados a punto de empezar la batalla; a menudo la madre le mira siempre de reojo.
Abajo, en la calle, se encuentran más vidas que se entretejen en una interminable maraña; en sus rostros se nota la ansiedad de un evento que les sorprenda y saque del abismo que les seduce hora tras hora...

Y yo, sigo caminando, aferrada al tiempo…
(pintura de Adán Dorfman)

viernes, septiembre 08, 2006

Por ella...

La vida da un giro alrededor de un sólo círculo en el que normalmente estamos agarrados e impregnados del momento en el que sentimos que vivimos o que morimos con sólo una mirada o un aliento. Nuestras propias historias forman el legado de imágenes y sentimientos que nos atan ferviente y fielmente a los recuerdos.

Su vida apenas encuentra una felicidad llamada distancia, en donde un océano de posibilidades se dibuja y se deshace; donde la paranoia de quienes no creen en una sonrisa se hace evidente con un roce y sin embargo su fe le restablece. La música que le trasmite aquella que lo acompaña le embriaga y le permite existir; su danza le da movimientos nuevos y su agua le baña todos los días. Por ella camina; por ella la luna le sabe a miel y los rayos de sol son gotitas de rico almíbar de frutas. Hace que su sangre bulla cuando su piel le aprieta contra la de él; infinitos olores le traen sus te quieros. Por ella siente que puede ser solitario sin lanzarse al vacío y que la ausencia le arrulla con sus besos.

Por ella ahora está aquí, en medio de otro lugar completamente ajeno a su sentir y a sus recuerdos, esperando que el viento le traiga sus palabras.

En el otro lado de la ciudad, espera la multitud con la luz sobre sus ojos y el escenario está apenas lleno con algunos instrumentos calientes aun. Murmullos se posan al azar en los oídos de él. Las risas amplían la incertidumbre de la espera. Cabezas imaginan las notas musicales mientras él continua contando su propia historia para que no muera, para que continúe prevaleciendo en él mismo; es el único hilo que le sujeta.

Las luces pronto se apagarán y con ellas el murmullo ansioso – inclusive su propia voz- sus manos se agitan y mientras vomita palabras, su pensamiento se refresca en lo que ella le susurró al oído durante 15 segundos. El instante presente pasa y es allí donde decide sembrar el recuerdo, ese que en unos años contará añorando tenerlo nuevamente en la piel.

Música, calle, frío, luz, soledad, quietud, sonrisa prolongada (casi dibujada), palabras sueltas, miradas espiando, abrigo, sombrero, pasos, suspiros y mucha espera.

viernes, septiembre 01, 2006

Solo-hombrecito-solo


Su pequeñez era engrandecida cuando desde abajo era observado. Sus movimientos estaban sincronizados con la lentitud aparente del paso del tiempo y del tumulto de seres que le rodeaban. Su ansiar era comer palabras, pensamientos, imágenes y voces ya dichas; el universo infinito de su cándida frescura le daba la tranquilidad inventada de ser invisible ante los ojos malvados. Día a día se inventaba el camino para seguir armando el rompecabezas que le había sido impuesto sin consentimiento; aquel que le comprobaba con fórmulas matemáticas y filosóficas que la vida es limitada para el universo infinito de tiempo y espacio que aun no se podía imaginar.

Era un juguete que mutaba con cada suceso descubierto; su alma se regocijaba cuando por su corazón la idea de aceptación se posaba. Su amor infinito era contenido en un cuerpo diminuto que gritaba expansión y parte de su vivir lo invertía en la esperanza que tenia forma de araña, tejiéndole redes para atrapar una sonrisa, una mirada, un abrazo o quizás solo una palabra. No quería morir sin haber elaborado con sus propias manos algo que le hiciera sentirse digno de su existencia.

Su historia nunca terminará de ser contada porque su vida es como un relevo que va pasando de mano en mano y su sentir se hereda inevitablemente a aquellos que un día se levanten con la idea de querer comprender el mismo infinito.

Extraño ser que camina por las calles de una ciudad abarrotada de humo gris y de imágenes que saturan la imaginación. Extraño ser que se enferma cuando ante sí, se encuentra uno igual y que visita al doctor para que le cure el temor cuando le (se) miran; extraño ser que dejó anoche sus palabras clavadas en mi imaginación para que hoy fueran escritas.

Es solo un hombre, solo.