El jugador
- B-10…I-25…O65… - Revisaba cuidadosa pero confiadamente sus cartones de juego mientras un cigarrillo se consumía entre los dedos. La ceniza caía desordenada en el viejo cenicero de madera roído por la humedad.
- N-36… - N-36!! gritó sin la menor vergüenza de su voz, esperaba aquella combinación ansiosamente para no sentirse derrotado. Se acomodó en su silla y empezó a repetir copiosamente combinaciones de números y letras en su cabeza traduciéndolas en peque
ños susurros cuando la chica anunciaba la próxima jugada. Enciende otro cigarrillo y con espíritu de triunfo toma un sorbo de cerveza.
Un poco más arriba de su mirada, al otro lado se encuentra alguien que le observa por entre las rejas que divide la calle del lugar donde se encuentra. El observador posa su fija mirada en el juego del jugador haciendo que éste se sienta amenazado y amedrentado.
El jugador con su cuerpo intenta cubrir su juego, pero el observador es más astuto y estratégico logrando con pequeños movimientos el ángulo perfecto para intimidar.
El jugador deja de escuchar la vocecita dictando la combinación de números y ahora en su cabeza se establece un constante diálogo con él mismo para ingeniarse la manera de desviar los ojos del observador.
Su cigarrillo se ha apagado por completo y la sola idea de que tiene que levantarse a conseguir un cerillo para encender el próximo, le estremece. Se pasa desesperadamente las manos por su cabeza, desordenando su corto pelo engrasado; ya no sabe en que tiempo está del juego y su cigarrillo se ha apagado por culpa de un intruso observador. Quiere gritarle y hacerle ver hasta donde ha llegado su osadía pero ni siquiera puede mirarle a los ojos.
Una camarera se acerca para cambiar su cerveza y nota el sudor pálido del jugador y su incomoda postura.
- Esta bien Ud. – Le pregunta sin preocupación. El la mira rápidamente y después de un instante de cavilación y entrecortando las palabras le dice:
- Aquel que está en la ventana no me deja jugar - mientras decía estas palabras un sonido extraño sale de su boca; sus dientes crujen.
La camarera, mirándolo con cierta compasión y con un tono casi desprevenido, como si las palabras que estaba a punto de pronunciar fueran un viejo guión aprendido de memoria le dice: - Allí, en esa ventana no hay nadie más que su propio reflejo, le recuerdo que estamos en el piso décimo. –
- … G-57… -
- N-36… - N-36!! gritó sin la menor vergüenza de su voz, esperaba aquella combinación ansiosamente para no sentirse derrotado. Se acomodó en su silla y empezó a repetir copiosamente combinaciones de números y letras en su cabeza traduciéndolas en peque

Un poco más arriba de su mirada, al otro lado se encuentra alguien que le observa por entre las rejas que divide la calle del lugar donde se encuentra. El observador posa su fija mirada en el juego del jugador haciendo que éste se sienta amenazado y amedrentado.
El jugador con su cuerpo intenta cubrir su juego, pero el observador es más astuto y estratégico logrando con pequeños movimientos el ángulo perfecto para intimidar.
El jugador deja de escuchar la vocecita dictando la combinación de números y ahora en su cabeza se establece un constante diálogo con él mismo para ingeniarse la manera de desviar los ojos del observador.
Su cigarrillo se ha apagado por completo y la sola idea de que tiene que levantarse a conseguir un cerillo para encender el próximo, le estremece. Se pasa desesperadamente las manos por su cabeza, desordenando su corto pelo engrasado; ya no sabe en que tiempo está del juego y su cigarrillo se ha apagado por culpa de un intruso observador. Quiere gritarle y hacerle ver hasta donde ha llegado su osadía pero ni siquiera puede mirarle a los ojos.
Una camarera se acerca para cambiar su cerveza y nota el sudor pálido del jugador y su incomoda postura.
- Esta bien Ud. – Le pregunta sin preocupación. El la mira rápidamente y después de un instante de cavilación y entrecortando las palabras le dice:
- Aquel que está en la ventana no me deja jugar - mientras decía estas palabras un sonido extraño sale de su boca; sus dientes crujen.
La camarera, mirándolo con cierta compasión y con un tono casi desprevenido, como si las palabras que estaba a punto de pronunciar fueran un viejo guión aprendido de memoria le dice: - Allí, en esa ventana no hay nadie más que su propio reflejo, le recuerdo que estamos en el piso décimo. –
- … G-57… -